EL QUE YO CONICÍ
Como pasar por alto o tratar de
ignorar esta tierra hermosa y fértil, regada por el ébano de su gente,
atardeceres de oro contrastados con el naranja vivido entre el mar y un cielo
moteado infinitamente.
Blancas perlas adornan el rostro
de sus caminantes que entre el sólido crujir de la madera y el pesado arrastre de
las redes de pesca, se iluminan los días libres de amargura y ungidos por el
sudor de bombos, marimbas y alegres cantos.
Cordón umbilical irrompible y
perpetuo entre la sangre carmesí de quienes la habitan y el salado horizonte inmarcesible
que rodea sus tierras. Momento perfecto y eterno en que Dios comparte sus
mieles en este terruño alejado del mundo material, pero fuente a borbotones de Amor.
Ese fue El Tumaco que yo conocí
aquel día
Por: JAVIER F. RUIZ R.
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